Roberta Jacobson*
Embajadora de Estados Unidos en México
Este debería ser un día de celebración. Sin embargo, la implacable realidad hace difícil encontrar palabras celebratorias para el Día Internacional de la Libertad de Prensa. Las estadísticas son escalofriantes. Desde 2000, de acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 119 periodistas han sido asesinados en México. Tan sólo en lo que va de 2017, cuatro voces han sido silenciadas, en Guerrero, en Veracruz, en Chihuahua y Baja California Sur. México es el lugar más peligroso en el hemisferio para ejercer el periodismo y el tercero en el mundo, sólo rebasado por Siria y Afganistán.
Una democracia madura y vibrante requiere del escrutinio constante de la prensa y los periodistas. Como dijo el legendario editor del diario Chicago Tribune,Robert McCormick, los medios representan un contrapeso al gobierno que ninguna Constitución ha podido ofrecer. México es un país rico, diverso y con valores democráticos. Tiene una sociedad exigente, que no se conforma ya con lo que se solía pensar era inevitable. Los mexicanos y muchos de sus líderes también se han expresado en torno a la corrupción, la impunidad, la falta de seguridad. Sin embargo, percibo también un silencio atemorizado; un silencio que crece.
Es bien sabido que existen zonas de silencio. Zonas de la República en las que los medios no pueden ejercer un periodismo real. Tierra de nadie donde todo puede pasar. En ocasiones valientes usuarios de medios sociales, como Facebook y Twitter, intentan llenar ese vacío. Sin embargo, como lo vimos con el asesinato en 2009 de Marisol Macías, la Nena de Laredo, lo hacen arriesgando sus vidas. Jorge Zepeda Patterson dijo durante la presentación del informe anual de Artículo 19 hace unos años: “En Sinaloa la prensa puede reportar incidentes de violencia siempre y cuando el cártel dominante esté de acuerdo. En Ciudad Juárez la prensa puede reportar incidentes de violencia siempre y cuando no expliquen el contexto. En Tamaulipas, la prensa no puede reportar incidentes de violencia”. Cecilio Pineda era uno de los valientes que se atrevían a reportar sobre el crimen organizado en Tierra Caliente. Con su asesinato se amplía la zona del silencio. El cobarde asesinato de Miroslava Breach en Chihuahua –un crimen contra una reportera y una madre y en frente de su hijo– expande el silencio. Veintiún periodistas han sido asesinados en Veracruz. Es uno de los sitios más peligrosos en el mundo entero para ejercer el periodismo.
Mientras se amplíen las zonas del silencio, también se expande la autocensura. La impunidad empodera al crimen. De acuerdo con organizaciones dedicadas a la protección y a la defensa de los periodistas, el porcentaje de crímenes contra reporteros que se castigan con una sentencia es de 0.25 por ciento.
Y envalentonados con este grado de impunidad, los criminales y los agresores sienten que pueden continuar silenciando a periodistas: Guadalupe Blanco, una locutora de radio comunitaria en la zona mazahua de Oaxaca ha sido amenazada por difundir información sobre los derechos reproductivos de la mujer. Fotógrafos han recibido golpizas por tomar imágenes de casas lujosas. Funcionarios han agredido a periodistas por hacer preguntas incómodas. Es decir, la impunidad empodera a la censura, expande el silencio.
Todos tenemos que respaldar la infatigable y valiente labor que realizan las organizaciones como Artículo 19, el Comité para la Protección de los Periodistas y Reporteros sin Fronteras para proteger a los periodistas mexicanos. Hay que alzar la voz, decir ya basta, salirnos de este sopor con el que a veces nos encogemos de hombros. Hay que hacerlo aun cuando resulte inconveniente o pesado. De lo contrario el silencio será ensordecedor.